MAPUTO RESPONDE A WALL STREET
Soberania alimentaria
MAPUTO RESPONDE A WALL STREET
Víctor M. Quintana S.
La economía capitalista en su versión actual hace agua por todos
lados. Es un hecho incontrovertible. También lo es que una de las
piezas fundamentales para construir una nueva economía es la soberanía
alimentaria como concepto y como práctica. Lo que ha entrado en
profunda crisis es la economía del dominio de la no producción, de la
especulación y dominio total de la actividad financiera. La lógica de
convertir en mercancía cuanto bien, servicio o satisfactor aparezca en
el horizonte. La lógica de la capacidad indefinida, para pocos, de
producción, transporte y consumo globales. Es el imperio de lo que
Boaventura de Sousa Santos llama la globalización localizada: aquellos
procesos mundializados que subordinan o incluso anulan los procesos de
las localidades. Los ejemplos sobran: semillas transgénicas que
desplazan o incluso matan a las nativas; alimentos chatarra que
desplazan a los tradicionales, hábitos alimenticios que sepultan las
tradiciones culinarias regionales.
Se trata de la convergencia de múltiples crisis que actualmente padece
el planeta y que retoma la declaración final de la quinta Conferencia
Internacional de la Vía Campesina , celebrada la semana pasada en
Maputo, Mozambique: crisis alimentaria, crisis energética, crisis
ambiental, crisis económica, crisis financiera, crisis de seguridad
humana global. No son ajenas unas crisis a las otras: se implican y se
causan mutuamente, pero todas presentan las mismas constantes:
predominio de los grandes actores financieros globales; control de la
producción y distribución de alimentos, así como del desarrollo
tecnológico por unas cuantas corporaciones globales que eliminan a los
productores locales; derroche de energía para producir, para
transportar comida a grandes distancias; derroche de energía en el
consumo que genera obesidad y diabetes. Según la Vía Campesina , 40
por ciento de los gases de efecto invernadero son generados por el
transporte requerido por la agricultura industrial. Por otra parte,
desperdicio de alimentos en las zonas acaudaladas mientras una quinta
parte de la humanidad muere de desnutrición.
Por eso la Vía Campesina ofrece al mundo uno de los pivotes para
construir una economía humana, incluyente, sustentable. No viene de
los laboratorios de ninguna compañía de biotecnología, ni de los
centros de investigación de alguna universidad primermundista. Es una
idea que resulta de la práctica milenaria de las familias y de las
comunidades campesinas e indígenas: la soberanía alimentaria, y que
ahora se revela más fecunda y pertinente que nunca. La soberanía
alimentaria tiene su base en el sistema alimentario comunitario y
local, manejado totalmente por sus actores: las familias campesinas e
indígenas, con toda su diversidad de edades, de sexos, de roles. Todos
ellos y ellas identificados como productores y consumidores. Producen
sus alimentos con base en sus propias semillas, mejoradas por la
prácticas autóctonas de selección y cruza de las mejores. Con lo que
producen constituyen una reserva estratégica de alimentos con fines no
sólo de satisfacción de necesidades materiales, sino también sociales
y simbólicas. Reserva que les permite alimentar solidariamente a los
viejos solos, a los enfermos, a las personas con discapacidad,
celebrar sus fiestas, integrar la comunidad. Reserva con la que no se
especula, ni se lleva a la bolsa de Chicago, ni se tasa según el
mercado de futuros, ni escapa de las manos de los productores directos
para pasar a la de los financieros. La soberanía alimentaria local
está compuesta de granos que no son mercancía, sino garantía de
derechos básicos, de satisfactores esenciales.
La soberanía alimentaria que la Vía Campesina propone a escala
internacional, y toda una diversidad de organizaciones rurales a nivel
nacional, es la pieza fundamental del modelo para armar de una nueva
economía: humana, social, solidaria, no capitalista, como se le quiera
llamar. No se trata de encerrarse en lo local, en la autarquía
comunitaria. Se trata, de nuevo citando a De Sousa Santos, de hacer
una localización globalizada. Es decir, expandir por todo el planeta
las cualidades y condiciones que localmente se muestran adecuadas para
que se cubran los tres derechos que la soberanía alimentaria implica:
el derecho de los productores campesinos e indígenas a vivir
decentemente de su trabajo; el derecho de los consumidores a obtener
alimentos baratos, sanos, suficientes y de acuerdo a sus tradiciones y
el derecho de las comunidades locales, regionales y nacionales a
producir sus propios alimentos y a trazar las políticas adecuadas para
ello.
Lo que el Encuentro Internacional de la Vía Campesina nos enseña es
que, si antes decíamos que había que sacar los tratados comerciales de
la agricultura, con la crisis del sistema capitalista no sólo es
necesario sacarlos a éstos, sino también la lógica del capital de la
producción de alimentos. Es la vía que las y los campesinos aportan
para superar lo que Leonardo Boff llama la edad de hierro de la
globalización, para globalizar la esperanza.
13 noviembre, 2008, La Jornada, México.
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