El combate a la contaminación transgénica
El combate a la contaminación transgénica
Desde que los transgénicos se introdujeron por primera vez a mediados de la década de 1990, grupos de agricultores y ong advirtieron que contaminarían otros cultivos. Como se predijo, esto ya ocurrió. En este artículo analizamos que estrategias para combatir la contaminación están ideando en distintas partes del mundo las comunidades que la sufren.
Cuando se plantan cultivos genéticamente modificado (gm), el material transgénico contamina los demás cultivos. En lugares donde los cultivos transgénicos se plantan a gran escala se ha vuelto casi imposible encontrar cultivos de la misma especie que estén libres de material transgénico. Y la contaminación se esparce incluso a zonas donde los cultivos transgénicos no están oficialmente permitidos. [1] El Registro de Contaminación Transgénica, gestionado por GeneWatch del Reino Unido y Greenpeace Internacional, documentó en los últimos 10 años más de 216 casos de contaminación transgénica en 57 países, incluidos 39 casos en 2007. [2]
Monsanto y las otras empresas biotecnológicas han sabido siempre que sus cultivos transgénicos contaminan otros cultivos. Es más, esa fue parte de su estrategia para forzar al mundo a aceptar los organismos genéticamente modificados (ogm). Pero en todas partes la gente se está negando a dejarse atropellar y no acepta la modificación genética. Por eso la combaten, aun en los lugares que sufren la contaminación. De hecho, algunas comunidades que sufren esta contaminación están creando formas sofisticadas de resistencia a los cultivos transgénicos. Es común que comiencen con estrategias a corto plazo para descontaminar sus semillas locales, pero a menudo buscan el modo de fortalecer sus sistemas alimentarios y agrícolas tradicionales en el largo plazo.
Analizamos las experiencias de comunidades de distintas partes del mundo para ver cómo enfrentan la contaminación transgénica y qué perspectivas pueden ofrecer a otras personas que sufren situaciones semejantes. Cada situación es única y da origen a distintos procesos. Común a todas ellas es la importancia primordial de la acción conjunta —de las comunidades trabajando por abajo, en la base, para identificar sus propias soluciones sin depender de tribunales o gobiernos que tienden a alinearse con la industria cuando falta una fuerte presión social.
La experiencia de las comunidades de México
Para los pueblos indígenas de México y Guatemala, el maíz es la base de la vida. En la historia de la creación de los mayas, el maíz fue el único material en que los dioses pudieron infundir vida y lo utilizaron para hacer la carne de las primeras cuatro personas de la Tierra. Para otros pueblos de México, el maíz es en sí mismo una diosa. La planta ha sido el alimento fundamental de los mexicanos durante siglos, y miles de variedades brindan una gama increíble de nutrientes, sabores, consistencias, recetas y usos medicinales.
En enero de 2002, unos investigadores de la Universidad de California, en Berkeley, anunciaron que habían descubierto que las variedades locales de maíz en las montañas del estado de Oaxaca estaban contaminadas. Otras comunidades campesinas realizaron pruebas en sus propios cultivos y quedaron conmocionadas al descubrir que también mostraban contaminación. Fue un duro golpe a su cultura. No podían quedarse impávidos, había que hacer algo.
Al principio no sabían qué hacer. Los ogm eran algo nuevo. Comenzaron por unir a las comunidades cercanas que también podrían haber sufrido contaminación, y a las ong cercanas. Se organizaron talleres y las asambleas locales enviaron a sus representantes a debatir en nombre de sus comunidades. La estrategia fue colectiva desde el principio. Éste es el primer punto a señalar sobre la experiencia mexicana, en particular las comunidades indígenas y campesinas que se reconocen en la Red en Defensa del Maíz.
Un punto fundamental del acuerdo alcanzado bastante pronto por la Red en Defensa del Maíz fue que esta contaminación con transgénicos debía ser vista como parte de una guerra. No se trataba de un accidente o de un tema aislado sino parte de una guerra contra los campesinos y los pueblos indígenas —en sus palabras, una guerra contra la gente del maíz. Entonces debían responder como corresponde —defendiendo no solamente sus semillas sino sus medios de sustento, sus culturas, toda su forma de vida.
Inicialmente, sin embargo, la percepción social era que había pocas ideas prácticas de cómo descontaminar su maíz e impedir nuevos episodios de contaminación. Había gente preocupada de que tal vez las comunidades no tuvieran la capacidad técnica para manejar un problema tan complejo. Pero las comunidades agrupadas en la Red y las ong que trabajan con ellas tenían mucha experiencia en encontrar soluciones de abajo, de base, locales, a los problemas que les afectan y por eso, en lugar de buscar expertos foráneos le dieron la vuelta a la cuestión, y no se enfocaron en el maíz transgénico, al que no conocían, sino en sus propias variedades de maíz, que conocen íntimamente.
Comenzaron compartiendo sus propios saberes en torno al maíz y acerca de lo que el maíz necesita para ser y mantenerse saludable. El punto más básico era que para mantener al maíz vivo y en buenas condiciones debían sembrarlo y comerlo. En numerosas comunidades el maíz tradicional estaba desapareciendo porque la gente lo sembraba menos. El primer paso para defender su maíz, pues, era plantarlo más. Pensando en los transgénicos también fue el sentir general que cualquier semilla es peligrosa si no conocemos historial. Así que hubo acuerdo en que había que plantar las semillas únicamente cuando se conociera su historial o cuando provinieran de una fuente de confianza, que conocieran muy bien.
Al poner estos principios en práctica, las comunidades comenzaron a prestar mayor atención a los cultivos de sus campos y tomaron conciencia de cualquier tipo de malformación que presentaran. Analizaron las plantas deformadas y se encontraron con que tenían un elevado índice de contaminación, por lo que comenzaron a fijarse en plantas como ésas y a eliminarlas.
Otra cosa que las comunidades saben del maíz es que se cruza abiertamente así que, para impedir la contaminación transgénica debían evitar que el maíz transgénico se cruzara con su maíz. Comenzaron poniendo en práctica técnicas simples como plantar árboles alrededor de sus campos. Algunas de las técnicas que desarrollaron podrían ser aplicadas en cualquier lugar, mientras que otras son específicas de ciertas comunidades. Pero lo importante era que buscaron establecer un sistema para evitar la contaminación.
Hubo mucha discusión sobre qué hacer con las plantas contaminadas. Había una idea muy afianzada de que si una variedad muy antigua ha estado en tu familia durante generaciones y de repente se contamina, este maíz no debería destruirse así como así. El maíz contaminado está enfermo y necesita ser curado, no destruido. Tal vez lleve un año o 100 años curarlo, pero debe hacerse porque el maíz ha estado en las comunidades durante varias generaciones.
De todas las comunidades del mundo, las comunidades campesinas de México probablemente sean las que desarrollaron las estrategias más afinadas y profundas para enfrentar la contaminación genética. Pueden extraerse varias lecciones de su lucha, en particular de aquellas agrupadas en la Red en Defensa del Maíz y tal vez las principales sean:
1. Es necesario ver la contaminación genética como parte de un ataque más amplio a los campesinos y a las comunidades locales. Defender tus cultivos significa también defender tu tierra y tu agua, y esto exige comunidades fortalecidas, sólidos procesos colectivos de toma de decisiones, y redes firmes con otros grupos a escala nacional e incluso internacional. Un enfoque tan amplio permite una mayor participación de la gente en la lucha. Aun cuando no todos pueden cuidar las semillas, hay otras cosas que sí pueden hacer.
2. Es importante no quedar constreñidos por parámetros de tiempo. Para las comunidades mexicanas, la contaminación transgénica es parte de una guerra librada contra ellos que es permanente y por eso su enfoque debe ser de largo plazo y capaz de ser permanente. Su decisión es defender su maíz, no importa el tiempo que les consuma. Para estas comunidades cuando se introducen plazos la gente se topa con lo que no puede hacer y es generalmente poco lo que puede hacerse en el corto plazo, de manera que transa. Las comunidades mexicanas se niegan a hacer eso.
3. Es vital analizar el asunto desde nuestra propia perspectiva. Las comunidades de México dedicaron mucho tiempo en los primeros talleres a discutir sobre su espiritualidad y sus visiones sobre lo sagrado y la creación. Conversaron sobre los rituales que podrían proteger al maíz. A las personas invitadas de fuera les resultó difícil explicar los tecnicismos de la ingeniería genética, porque el concepto parecía muy absurdo. Pero, al final, las comunidades llegaron a su propio entendimiento básico de que la ingeniería genética es un método para lograr el control externo de los medios de vida agrícolas, y esta comprensión fue mucho más importante que la información técnica.
4. Es necesario que las comunidades controlen el proceso. En México las comunidades pudieron mantener el control sobre los procesos porque siempre fueron sus propios procesos. Al lograr autogestionar las pruebas iniciales se guardaron los resultados para sí durante largo tiempo porque querían discutir primero entre ellas qué pasos adoptar. Y el hecho de que las decisiones fueran tomadas colectivamente, por mucha gente, ayudó a impedir que se cometieran grandes errores. Siempre va a haber errores, pero cuando hay mucha gente involucrada las posibilidades de que se cometan errores fundamentales son mucho menores. Cuando los científicos universitarios revelaron la contaminación, los procesos seguidos fueron totalmente diferentes.
5. Es necesario privilegiar las luchas sociales por encima de las luchas legales. Entre las comunidades mexicanas se discutió mucho sobre leyes de bioseguridad, leyes de semillas y otras leyes relevantes. En un taller reciente dedicado a los procesos legales se presentó una línea de tiempo de las diversas leyes aprobadas por el gobierno mexicano en los últimos 15 a 20 años. Viendo ese escenario, las comunidades llegaron a la clara conclusión de que la vía legal no es una vía importante para su lucha. Es posible que se pierda un juicio, pero si hay suficiente presión social tal vez se gane de otras formas. Para las comunidades, las opciones legales son efectivas únicamente cuando hay una presión social considerable sobre las autoridades. Así que la táctica no está descartada, pero no es central.
Invasión transgénica ilegal en predios rurales tailandeses
En 1999 se supo que había contaminación transgénica en Tailandia, tras encontrar que algunas muestras de algodón de una investigación de campo dirigida por Biothai y la Red de Agricultura Alternativa (aan) estaban contaminadas con algodón Bt —una variedad producida por Monsanto con manipulación genética. En 2004 las pruebas realizadas por Greenpeace revelaron que la plantación de un agricultor local en la provincia de Khon Kaen estaba contaminada con papaya transgénica. Ese agricultor fue uno de los 2 600 que había comprado plántulas de papaya en la estación de investigación del Departamento de Agricultura, donde se estaban llevando a cabo ensayos de campo con papaya transgénica. Al principio el gobierno negó que se hubiera plantado cultivos transgénicos en Tailandia, pero la contaminación estaba tan generalizada que llegó a otra provincia, Ubol Ratchatani, donde por lo menos 90 predios rurales habían recibido también plántulas de papaya. Más recientemente, en 2007, la Facultad de Ciencias de la Universidad Chulalongkorn y Biothai hallaron contaminación transgénica en maíz, soja [soya] y algodón en una serie de ensayos realizados con muestras procedentes de todo el país.
Los tailandeses piensan que es necesario aplicar una estrategia a dos flancos para hacer frente a esta situación. Por un lado habría que presionar al gobierno para que implemente políticas que protejan al país de la contaminación transgénica. El Grupo de Trabajo contra los Transgénicos, de Tailandia, coordinado por Biothai, organizó numerosas actividades para mantener vigente la moratoria nacional sobre los transgénicos. Se enviaron cartas de petición, organizaron manifestaciones frente a oficinas gubernamentales e impulsaron un diálogo con funcionarios de alto rango, entre ellos el viceprimer ministro y los secretarios de Salud y Agricultura. Esos esfuerzos tuvieron su impacto: el 25 de diciembre de 2007 el gobierno tailandés anunció sus normas sobre transgénicos que incluyen, entre otras cosas, una audiencia pública obligatoria previa a cualquier ensayo de campo, y la recomendación de que debe obtenerse la aprobación de la población local de la zona del ensayo de campo, así como de ong independientes y de la comunidad académica. Desde la perspectiva de Biothai —que actualmente dirige una campaña para crear una Ley de Bioseguridad Popular— ésta fue una victoria importante.
Por otro lado, la población tailandesa trabaja por aumentar la capacidad local para crear sistemas que detecten la contaminación y enfrenten sus impactos. La Fundación Khao Kwan (kkf), una de las organizaciones fundadoras de aan, busca movilizar los saberes campesinos que puedan identificar las semillas contaminadas y controlarlas o eliminarlas. La fundación kkf emprende capacitaciones y talleres sobre cultivo y selección de semillas, que abordan indirectamente la contaminación.
kkf opina que los agricultores son capaces de notar cualquier anormalidad en sus cultivos, debido a sus profundos saberes en materia de semillas y a su pericia en seleccionarlas. Sea por el color, la dureza o el aroma, cada variedad tiene peculiaridades que los agricultores que han trabajado con las semillas conocen al detalle. Así, detectarán fácilmente cualquier alteración, aun antes de que la planta comience a florear.
Daycha Siripatra, fundador de kkf, dice: “Éste es el principio de la adaptabilidad local. Hicimos que nuestras semillas reconocieran su ambiente y utilizaran ese ambiente para expresar su potencial. Una semilla foránea, como un transgénico, no prosperará automáticamente en nuestra zona y, aún si crece, los agricultores podrán notarla enseguida, desde su aparición misma”.
Los agricultores filipinos enfrentan la contaminación
En 2002, Filipinas tuvo el (des)honor de ser el primer país de Asia en autorizar la comercialización de transgénicos, cuando aprobó la liberación del maíz Bt de Monsanto, en medio de protestas nacionales generalizadas. Desde entonces se sabe de contaminación genética en zonas de cultivo de maíz por todo el país.
En la provincia noroccidental de Isabela se informó que una variedad local de maíz glutinoso blanco cultivado por los agricultores para alimentación fue contaminada con maíz transgénico. No se han hecho pruebas genéticas pero los agricultores identifican la contaminación por los granos amarillos que aparecen en el maíz blanco. En Bayambang, Pangasinan, los agricultores suelen plantar maíz después del arroz. Pero ahora se quejan de que han perdido prácticamente todas las variedades tradicionales de maíz en la provincia debido a la contaminación con maíz híbrido y transgénico. También temen por su salud, ya que ha habido casos de niños que fueron llevados al hospital por vómitos incesantes después de haber comido accidentalmente maíz transgénico. También se supo de la vaca de un agricultor que se enfermó y finalmente murió después de haber sido alimentada con maíz Bt.
En Bukidnon, en el sur de Filipinas, algunas comunidades están respondiendo a la contaminación mediante la práctica de separar los granos amarillos, de menor precio, de los blancos, de mayor precio, antes de venderlos en el mercado. En Capiz, otra importante provincia productora de maíz en la región central de Filipinas, los agricultores dicen que casi toda la zona productora de maíz de la provincia está contaminada con maíz transgénico y que ya no pueden encontrar variedades tradicionales que cultivar.
Masipag es una red de agricultores nacionales con un programa en torno al maíz, que colecta y mejora las variedades tradicionales por todo el país. Recientemente resultó contaminado un predio agrícola del grupo en San Dionisio, Iloilio (no lejos de Capiz). La zona es gran productora de maíz híbrido y hace unos tres años comenzó el cultivo en gran escala de maíz gm mediante un programa de cultivo bajo contrato manejado por las élites locales.
Por lo menos tres variedades nativas utilizadas para cultivo agrícola en la granja del grupo se contaminaron de inmediato con maíz transgénico. En la cosecha se observó que había entreverados granos amarillos en las mazorcas de maíz de las variedades tradicionales utilizadas por los agricultores para alimento (pilit-puti y mimis). La superficie de la granja plantada con maíz estaba solamente a unos 50 a 100 metros de los más cercanos predios de maíz. Los árboles de bambú a lo largo del arroyo sirven de barreras naturales, pero como los campos vecinos están en declive, Masipag cree que el polen del maíz transgénico pudo haberse trasladado a su predio por el viento.
Los investigadores del predio de Masipag dicen que en el primer año de cultivo posterior a que se introdujera el maíz transgénico, encontraron entre 7 y 12 granos amarillos en cada mazorca de maíz. Al año siguiente no se plantó maíz. Este año volvió a plantarse nuevamente una pequeña parte del predio con maíz blanco, adyacente a otro predio plantado con maíz gm. De los 50 granos promedio contados en cada mazorca, sólo 18 eran blancos y los 32 restantes eran amarillos. Masipag intentó explicar la situación a los vecinos, pero como tienen problemas de endeudamiento por el programa de cultivo bajo contrato, no pueden dejar de plantar maíz transgénico.
En 2008, Masipag organizó una reunión nacional de evaluación del maíz que reunió a agricultores de todo el país. Concordaron en que parece imposible detener la contaminación y que, si bien todavía es mucho lo que se desconoce, es crucial lidiar con la situación post-contaminación. Consideran necesario contar con una gama de criterios para asegurar que las semillas permanezcan en sus manos. Una propuesta es crear indicadores visuales para detectar la contaminación. Algunos de los indicadores inicialmente identificados incluyen: anormalidades en el color, el tamaño y la apariencia de los granos del maíz, y deformidades en la formación de la hoja.
Otra idea es colectivizar el monitoreo por parte de la comunidad. Cada agricultor podría ayudar en el mapeo de quiénes y dónde plantan maíz transgénico. El mapa se compartiría en la comunidad y permitiría a los agricultores planear su época de siembra de manera de evitar la contaminación. Los agricultores creen que el aislamiento temporal de la siembra puede potencialmente minimizar, aunque no impedir del todo, la contaminación por polinización cruzada. También entienden que la creación de lazos más fuertes entre los productores de maíz —y el hecho de compartir fuentes de semillas no contaminadas— en diferentes provincias ayudarán mucho a minimizar los impactos de la contaminación.
Mientras tanto, continúa la presión gubernamental para promover los transgénicos. En una “Semana Nacional de la Biotecnología 2008” realizada hace poco, dos funcionarios del gabinete señalaron la necesidad de aprovechar la biotecnología “para impulsar en el país la producción de alimentos, desarrollar medicamentos más baratos pero efectivos y mejorar la producción de productos básicos utilizando cultivos de mayor rendimiento con mayor contenido nutritivo”. El secretario de Medio Ambiente, Lito Atienza, llegó a expresar su confianza en los “beneficios inconmensurables” del uso de la biotecnología en la protección del ambiente y en resolver los problemas de insuficiencia de alimentos.
Apenas una semana antes, resist —una red nacional de agricultores, ong y académicos— realizó un foro para presentar y discutir los primeros resultados de sus estudios de caso de experiencias de agricultores con maíz Bt y Round-up Ready en tres provincias de las principales regiones agrícolas del país. Los resultados iniciales señalan una tendencia preocupante: el rendimiento de esas dos variedades de maíz transgénico y los ingresos devengados de ellas no mejoraron sustancialmente (en la mayoría de los casos fue lo mismo que con los híbridos comunes), pero al mismo tiempo se observó un aumento recurrente de incidencia de plagas, utilización de productos químicos y endeudamiento. También se informó de la pérdida de diversidad genética debido a la contaminación por la siembra indiscriminada de esos maíces transgénicos, que en ocasiones recibe subvenciones del programa del gobierno para el maíz.
Contaminación de las praderas canadienses [3]
La provincia de Saskatchewan, en el occidente de Canadá, es una de las principales productoras de trigo y canola del país. Ambos son los cultivos de exportación más importantes de Canadá. Comparada con otras provincias, también alberga gran cantidad de agricultores orgánicos, muchos de los cuales producen cereales y canola para los mercados de exportación. Ahora, la introducción a gran escala de cultivos gm amenaza su capacidad de producir cultivos orgánicos certificados.
Poco después de que en 1996 Monsanto introdujera la canola transgénica en la provincia, los compradores de productos orgánicos comenzaron a rechazar cultivos orgánicos porque las pruebas mostraban su contaminación transgénica. Actualmente, cuando incluso el suministro de semillas convencionales está totalmente contaminado por transgénicos, es casi imposible cultivar canola orgánica certificada en la provincia. Esto es una gran pérdida para los agricultores orgánicos, para quienes la canola es un cultivo importante en sus rotaciones. Pero la importancia de la canola no es nada comparada con la del trigo, que cultivan casi todos los agricultores orgánicos de la provincia. En 2001, cuando Monsanto apareció con una solicitud para introducir trigo transgénico, los agricultores orgánicos de Saskatchewan decidieron manifestarse. Advirtieron públicamente que la contaminación que seguramente ocurriría como consecuencia de liberar el trigo transgénico arrasaría con la agricultura orgánica de la provincia.
En Canadá no hay regulaciones que fuercen a las empresas que se benefician de las semillas transgénicas a responsabilizarse del daño que causan. La única vía posible es llevar el caso a los tribunales reclamando daños. En 2001, sod (Saskatchewan Organic Directorate), el grupo paraguas que reúne a los agricultores orgánicos de Saskatchewan, decidió iniciar una acción legal colectiva contra la introducción de trigo transgénico que demandó compensaciones por las pérdidas resultantes de la introducción de canola transgénica. A principios de 2002, sod inició formalmente una demanda legal conjunta contra Monsanto y Bayer. Una demanda conjunta es un juicio interpuesto por un grupo de personas, en este caso todos los agricultores de cereales orgánicos certificados de Saskatchewan, contra una entidad tal como una empresa. Se supone que debe facilitar el acceso a la justicia para gente común, brindar un camino para que la gente sea escuchada en la corte, aunque no tenga los recursos de una gran empresa. Permite no solamente que las personas junten sus recursos sino que reduzcan también los riesgos, porque si uno pierde una demanda colectiva, no se pagan los costos del juicio, ni los gastos legales de la otra parte, lo que podría sumar millones de dólares.
Si bien su caso se presentó ante los tribunales, sod estuvo también muy activo con la amplia coalición de grupos que a nivel local y nacional combaten la introducción de trigo transgénico. Juntos generaron la suficiente presión pública como para que en mayo de 2004 Monsanto retirara su solicitud. En ese punto sod retiró su impugnación contra el trigo transgénico de la demanda colectiva pero continuó reclamando compensaciones por la contaminación causada por la canola transgénica.
En Saskatchewan, un juicio de demanda colectiva debe pasar primero por una audiencia para determinar si es legítimo, antes de que pueda elevarse a los tribunales. Para el caso sod, el juez de la audiencia dictaminó que la demanda colectiva no era válida. sod apeló la sentencia, a nivel provincial y ante la Suprema Corte de Canadá, pero ambas apelaciones fueron denegadas. La única opción legal que le quedaba fue presentar las demandas mediante demandas individuales, pero consideró que los riesgos eran demasiado altos y las posibilidades de éxito demasiado reducidas, dada su experiencia con la demanda colectiva.
“No sentimos que fuera una pérdida total”, dijo Cathy Holtslander, directora de sod. “Trabajamos mucho y muy bien durante el tiempo en que la acción legal estaba en marcha. La incertidumbre que creó nuestra acción en el sector empresarial bien puede haber sido la causa de que las empresas de transgénicos se abstuvieran de nuevas introducciones. La gente aprendió mucho del tema de la contaminación y la cuestión de la responsabilidad. Vieron cómo son las cosas ahora: nadie es responsable pero el eslabón más débil de la cadena —los agricultores— son quienes cargan con los costos”.
Las empresas siguen avanzando. Ahora intentan introducir alfalfa transgénica, otro cultivo esencial para la agricultura orgánica de Saskatchewan, y el trigo transgénico está nuevamente en el debate con el auge de los biocombustibles. sod y sus aliados se preparan para una nueva contienda.
1. Video de la entrevista realizada por grain a Meriem Louanchi en noviembre de 2008 sobre la contaminación transgénica en Argelia (en francés), en grain.org/videos/?id=195
2. Informe Anual de Registro de Contaminación Transgénica, 2008, http://tinyurl.com/79osjp
3. La sección de Canadá se basa en una entrevista realizada por grain a Cathy Holtslander en noviembre de 2008. Esta entrevista en video (en inglés) puede verse en el sitio web de grain, grain.org/videos/?id=195
Traducción: Raquel Nuñez para GRAIN
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