jueves, 20 de noviembre de 2008

A la Tierra su debido derecho

A la Tierra su debido derecho
autor : Jorge Daniel Taillant | 20 Noviembre 2008
Temas: América Latina, Artículos



“La naturaleza o Pacha Mama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos.” (Articulo 71 – Constitución Ecuatoriana). Por primera vez en la historia de la humanidad se codificó el derecho que tiene el planeta sobre su propia conservación. La nueva Constitución Ecuatoriana, aprobada hace tan sólo unos días por referéndum con casi el 70% de aprobación popular, le dio a la Pacha Mama el derecho a conservarse (art.71), a restaurarse (art. 72), a conservar sus servicios ambientales (art.74) y obliga al Estado a protegerla.

Estamos hablando nada menos de darle derechos exigibles en la Justicia a los árboles, al agua, al aire, a los ríos, a montañas, a minerales y, hasta más sorpresivamente, al ecosistema en su totalidad. Quizás, no es de sorprender que este derecho adquirido por los recursos naturales venga justo en el momento en el cual la misma existencia planetaria está amenazada por un fenómeno antropogénicamente causado y que nos compromete a todos, el cambio climático.

Tampoco es de sorprender que la autoría de este gran hito para la Tierra y para la humanidad venga de la mano de los Ecuatorianos, que tienen una riquísima naturaleza en peligro de extinción, y donde por miles de años las civilizaciones indígenas que ocuparon sus tierras entendían, y siguen entendiendo, infinitamente más que el hombre blanco (y varios otros también), la integral importancia que cumple la naturaleza para la vida planetaria. Algunos necios aún se niegan a entender que la naturaleza es la base de toda la existencia de vida y que la están, y se están, amenazando.

Tampoco es de sorprender que los derechos de la naturaleza vienen después del desastroso Siglo XX, que vio nacer la primer amenaza real a la integridad del planeta: la bomba atómica que nos infundió, por primera vez en nuestra historia humana, con un terror existencialista psíquico-ambiental radicado en la idea de que el planeta podría dejar de existir, que la naturaleza podría colapsar y dejar de brindarnos el insumo básico que necesitamos para vivir.

Aparecería la primer foto entera (y algo terrorífica) de la Tierra tomada desde la Misión Espacial Apollo 17 en 1972, y ésta nos alteró nuestra relación y ubicación en el universo revelándonos, al igual que se había pensado de manera escalofriante en épocas pre-coloniales, que la tierra simplemente terminaba y nos caíamos al espacio oscuro. Esta foto nos reveló que por ahí, aunque en términos más esféricos, los marineros españoles tenían razón después de todo. Y si esto no fuera suficiente, unos años más tarde, nos sacaron otra foto que nos mostró como un puntito más en el mar de estrellas de la Galaxia Láctea.

No es casual que poco después empezáramos a tomar conciencia de que el planeta estaba en problemas. El mundo estaba despertando a las violaciones de los derechos de la Pacha Mama. Ese mismo año, firmamos el primer compromiso internacional vinculando a la persona con el ambiente, la Declaración de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano, y 20 años más tarde convergimos en Río de Janeiro, en 1992, y firmamos la Declaración de Río de Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo. Entonces, empezamos a delinear derechos básicos de las personas al ambiente sano, derechos de participación, información y acceso a la justicia. Faltaba el derecho de la Pacha Mama.

Para los indígenas que lean esta noticia, seguramente no hay nada nuevo, ya que en la conceptualización indígena la Pacha Mama está por encima de todos. La tierra, la naturaleza, el ambiente es un todo, y nosotros no somos más que parte de ella, concepto que parece que a la mayoría todavía no nos termina de penetrar la cabeza.

Mi hijo de cuatro años me preguntó recientemente, “papa, ¿qué es más importante, el planeta o la familia?”. Me quedé mudo, y pensé en lo que debía responder. Supuse que responderle como ambientalista por ahí no era lo más conveniente, ya que podría generar en su joven conciencia la trágica idea que su familia no era lo más importante, y entonces opté por decirle, “y … me parece que la familia es más importante, hijo”. Y él, con sus cuatro añitos me respondió, “no papa, estás equivocado, el planeta es más importante, porque sin planeta, no hay familia”. ¡La tiene más clara que yo!

Jorge Daniel Taillant es Presidente del Centro de Derechos Humanos y Ambiente

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